Camilo Arbeláez: «Santidad es sinónimo de felicidad, de plenitud”

Camilo Arbeláez es un sacerdote colombiano que actualmente camina por el mundo con la misión de evangelizar. Se desempeña desde el año 2000 como Asesor de la Renovación Carismática Católica de Medellín y también fue Asesor Nacional de la Renovación Carismática Católica de Colombia del 2004 al 2008.

El presbítero cafetero realizó una Teología Moral en la Universidad Gregoriana de Roma y estuvo en Costa Rica para ofrecer un retiro en la Parroquia San Agustín, en Cinco Esquinas de Tibás, sobre “Sanación Interior” y el “Llamado a Ser Santos”.

Precisamente sobre este último tema, Arbeláez y el Periódico Pura Vida entablaron conversación para evidenciar que la santidad lejos de ser una misión imposible se encuentra al alcance de “todos” mediante la cotidianidad.

-¿Cómo es eso de ser santos?
Es una invitación que nos hace Jesús a todos, porque en la Biblia santidad es sinónimo de felicidad, de plenitud, y para eso el Señor nos ha invitado a vivir la vida cristiana con ese ideal, con esa meta, pensando como en ese punto de llegada y a la que todos estamos invitados. Hay varias contextos bíblicos que nos hablan de ello, por ejemplo, Mateo 5:48, dice Jesús en la enseñanza de la montaña “Sean perfectos como el Padre es perfecto”; Jesús es el modelo de hombre perfecto, de hombre santo, el paradigma del hombre, y nosotros en la medida en que nos parezcamos a Jesús y tratemos de imitarlo a él, vivamos como él, en esa medida vamos llegando a esa meta que es la santidad.

-¿Se ve como un milagro muy grande; ¿es posible, algo sencillo o extraordinario?
A ver Santa Teresita del Niño Jesús decía algo muy bonito: ‘es hacer de lo ordinario algo extraordinario’. Ella se santificó llevando una vida sencilla, haciendo trabajos humildes en su convento, para los hombres es imposible, pero no para Dios, es decir es una gracia, un don, un regalo, es una acción del Espíritu en cada cristiano, lo importante es disponernos para que ese acción se vaya completando en nosotros, porque finalmente la santidad es obra de Dios, pero con nuestra cooperación.
Decía San Agustín: el que te creo sin ti no te salvará sin ti’, por eso entonces es un trabajo como mancomunado entre Dios y el hombre y se va alcanzando lentamente, es un camino progresivo, pero no es imposible.
Si fuera imposible Dios no nos invitaría a ello, pero es bien posible, obviamente dejando que la gracia actúe en nosotros, y poco a poco nos vamos acercando al Señor; para ello la Iglesia nos presenta ayudas muy valiosas: una es la eucaristía, sin duda alguna, en la eucaristía recibimos a Jesucristo que nos cristifica, que nos hace uno con él; la oración; la palabra de Dios; la vida comunitaria. Son ayudas maravillosas para ir progresando, yo pienso que el hombre cada año, cada vez que va avanzando en su vida debe ir sintiéndose más cercano a Jesús, debe ir sintiendo que va creciendo en santidad, lo importante es desearlo, porque el que no lo desea no lo alcanza, y el Espíritu Santo es el que coloca como ese deseo, como ese anhelo, yo quiero ser santo, yo quiero agradar a Dios, yo quiero hacer su voluntad, yo quiero vivir como Dios; quiere ese proyecto para mí, y poco a poco se va alcanzando, y uno va sintiendo ese gozo, esa paz, esa presencia permanente del Señor que nos anima.
Lo importante es avanzar, no detenernos ni mucho menos retroceder, avanzar en la gracia y en la santidad.

-¿Hay que pedirlo o Dios escoge?
Es una gracia que hay que estar pidiendo y Dios la regala, y Dios se regocija que nosotros deseemos y anhelemos la santidad.
En este tema es muy importante renunciar al pecado, ese es el gran obstáculo y el diablo quisiera interrumpir este proyecto tan lindo para el hombre, y lo obstaculiza con el pecado ciertamente, y el pecado lo encontramos en todas partes, el mundo está muy contaminado por el pecado, y entonces es ahí donde está la gracia del Señor para no sucumbir ante la tentación, y para preservarnos del pecado.
Libres de esa cadena y esa atadura que representa el pecado vamos caminando y avanzando de una manera maravillosa, creciendo en el amor, gozándonos en el Señor, con una vida que sea recta, que sea digna, que sea santa.

-¿Hay que sanar antes de pedir esa santidad?
Es una obra que se va dando, uno no puede decir como que está sano completamente, eso se va dando paulatinamente, uno va creciendo en santidad, en gracia, y el Señor poco a poco nos va purificando. Ejemplo de ello tenemos a Pedro. Pedro comienza a caminar con el señor y era un hombre, como él decía, pescador pecador, él le tocó contemplar con Jesús momentos muy grandes, la transfiguración, la resurrección de Lázaro, la hija de Jairo, y sin embargo no es un Pedro que se hunde cuando camina sobre el agua, vemos a un Pedro que deja solo a Jesús, se duerme en Jetsumaní, y en la cruz no está Pedro por ningún lado; y no solo eso, sino es un Pedro que lo niega, lo negó tres veces, pero después de ese proceso con Jesús ya recibe el Espíritu Santo y vemos un  Pedro diferente, y de un proceso con Jesús que culminó con la llenura del Espíritu Santo.
Cuando yo veo a Pedro, yo me consuelo (risas). Mira, así como con Pedro así ocurre con cada uno de nosotros, vamos viviendo con Jesús un proceso, donde nos vamos sanando, nos vamos fortaleciendo, nos vamos llenando de su Espíritu, para después ya vivir en santidad. Creo que es como animar a todos los cristianos a que sientan que es progresivo, que no se es santo de la noche a la mañana, que no es como un toque de una vara mágica, como un toque de gracia y ya, no, poco a poco, paulatinamente el Señor va haciendo su obra con nuestra colaboración. Es importante que le ayudemos al Señor a hacer la obra.

-¿Cuál debe ser realmente el concepto de santidad?
En el estado de vida que uno tenga. Yo diría: santidad es parecerse a Jesús. Es estar unido a Jesús y parecerse a él. Pensar como él pensaba, hacer el bien como él lo hizo, amar como él amaba, vivir como él vivió, yo creo que ese es el modelo, como el molde, el referente sobre el cual debemos caminar, pero en estado de vida del padre de familia, de la ama de casa, y viviendo la vida sencillamente, cotidianamente, en la cotidianidad.
Vuelvo y repito, haciendo de lo ordinario algo extraordinario, haciendo todo con amor y ahí nos santificamos, obviamente tenemos los modelos de los grandes santos, canonizados y todo, pero es la santidad en la vida ordinaria, haciendo la voluntad de Dios y buscar hacer el bien en todo.

-Con Dios no se negocia, solo se aceptan las situaciones de vida. ¿Es así?
Esa es la verdadera felicidad, yo recuerdo hace un par de años, que en España, en Londres, en Francia, en los buses de servicio público comenzó a salir una frase: “Quizás Dios no existe, disfruta la vida”, es decir, piensan que disfrutar la vida es vivir el placer, vivir el hedonismo, vivir el consumismo, todas las ofertas que hace el mundo, que es disfrutar la vida en el pecado, sin ninguna norma.
Pero yo diría todo lo contrario, vivir ese estilo de vida es frustrante, es vacío, genera insatisfacción, y una profunda desilusión. En cambio, la vida vivida en el bien, en la comunión con Dios, en la verdad, en la santidad, es la vida verdadera, la felicidad, es el gozo verdadero que el hombre no puede conseguir en el mundo y que Dios lo da y gratuitamente, basta disponerse, esa es la verdadera felicidad.
Hoy por ejemplo vemos que la enfermedad de moda del siglo XXI es la depresión, varios y grandes estudios han realizado y donde sacan la conclusión la ausencia de espiritualidad y de comunión con Dios está llevando al hombre a vivir la depresión.
Es que lo dice San Agustín: ‘nos creaste Señor para ti, nuestro corazón anda inquieto hasta que no descanse en ti’. El ser humano está creado para Dios, y la felicidad está en vivir en comunión con Dios”.

-¿Quiere decir que así se encuentra realmente la libertad?  
Esa es la verdadera libertad, el mundo nos esclaviza, nos ata, nos maneja, nos manipula; en cambio en Dios tenemos total libertad porque no dependemos de ninguna idolatría, sino que estamos llenos de Dios y es el Señor el que nos hace verdaderamente libres, libres para amar, libres para servir, libres para hacer el bien.

-Tras esa evolución, ¿cómo tomar la decisión, cuáles son las etapas para ser ‘Cristo mismo’?
Como unas etapitas que vivieron los apóstoles, y que creo que podemos vivir cada uno. Primero es comenzar a caminar con Jesús, él nos llama a estar con Él, es como un encuentro con Jesús. Cuando Jesús se encuentra con los discípulos, ellos dejan todo, es un momento impactante, es un momento que cambia sus vidas, nosotros también tenemos un momento donde encontramos a Jesús por una experiencia, porque sentimos su amor, su abrazo, su llamado, y todo parte de ahí, ahí es como arranca la conversión verdadera.
Y uno puede decirle a la gente cuando encuentra al Señor, cuándo encontraste al Señor, cuándo empezaste a vivir para Él . Yo por ejemplo, tuve una experiencia en febrero de 1992, en un grupo de oración carismático, donde viví un abrazo de Jesús que yo lloré una semana, es decir, sentí la presencia de Dios en mi corazón impresionante. Yo ya estaba en el seminario, era veterinario, pero había ingresado al seminario para discernir la vocación y ese momento fue puntual, fue definitivo para afianzarme en mi vocación y en mi deseo de entregarme al Señor en el sacerdocio. Entonces, uno puede decir el día y la hora cuando se encuentra con el Señor, es como el primer momento.
Luego ya con el Señor comienza uno a aprender que debe ser servidor; ya después entabla uno una amistad con el Jesús, entonces nos declara sus amigos, ‘ya no los llamo siervos si no amigos’; y después ya más profundamente los llama hermanos, porque Él quiere que seamos sus hermanos, porque el mismo Espíritu nos inunda y nos une como esa nueva familia de los hijos de Dios.
Después de ser discípulos, servidores, amigos y hermanos, ya hay un matrimonio místico espiritual, donde nos llama a ser uno con Él, nos llama a ser Cristo, como Él; es decir, que quienes nos vean, vean a Cristo en nosotros.

-¿Duele esa decisión, en el sentido de cumplir ese llamado de amar y servir hasta que duela, como decía la Madre Teresa de Calcuta?
En mi experiencia hasta ahora no me ha dolido.

-¿Para la gente?
Quizás para la gente tiene un poco de nostalgia de la vida del mundo, pero no, el Señor te llena tanto el corazón que te da una paz, una plenitud que cuesta mirar. Al inicio, cuando la gente está comenzando dice: ohhh, pero dejar el mundo, de hecho al pueblo israelita añoraba la cebolla de Egipto, pero después cuando gozan de la libertad y la tierra prometida ya dicen: caramba estábamos enceguecidos, ya es otra cosa muy diferente. Nos gozamos en el Señor, y es maravilloso.

-¿Es ser diferente?
Claro, obviamente, es andar en contracorriente, es camino de Cruz. Obviamente, de hecho Jesús nos llama a abrazar la cruz, y abrazar la cruz es renunciar al mundo, es renunciar a nuestro egoísmo, a nuestro yo, y decía un predicador americano: ‘el que sigue un Cristo sin cruz se queda con una cruz sin Cristo’, y decía también la mística: ¿Señor ya sé por qué tienes tan pocos amigos, porque amas a los que te crucifican, y crucificas a los que te aman’. Es decir, es un camino de cruz, pero es el verdadero camino. Es la puerta estrecha, pero la puerta que nos lleva a la felicidad y la salvación.

-¿Santos o nada?
¡Santos o nada, ese es el lema! (del retiro impartido) Vinimos a este mundo a ser santos o nada.

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